Si visualizamos una imagen como la que nos acompaña, posiblemente responderíamos que olor es igual a olor agradable pero tal vez el primer concepto que puede aparecer en muchos de los consultantes si no hay una predisposición previa, es asociar el término “olor” a ”mal olor”. Y es que nuestra sociedad nos lleva a un ideal de ausencia de olor, con espacios libres de malos olores, neutros y asépticos o bien a cuerpos perfumados.
La industria cosmética nos ayuda a camuflar nuestro olor corporal e identificarnos con perfumes. Está repleta de desodorantes, antitranspirantes, jabones, jabones íntimos, colonias, perfumes, cremas corporales, lociones y aceites de masaje que si bien hoy en día dado nuestro umbral de limpieza no serían necesarios, nos arrastra en su comercialización a adquirirlos.
Estudios corroboran que después del nacimiento de un bebé y durante los primeros meses de vida, es aconsejable que la madre no emplee colonias y perfumes para que el bebé pueda reconocerla más fácilmente. El martes pasado una alumna me comentaba que una noche tuvo que ausentarse de su casa y a pesar de dejar un biberón preparado para que el padre de su hijo pudiera dárselo, el pequeño no dejaba de llorar y rehuía el alimento. Fue entonces cuando el padre vio que en la habitación había la bata que acostumbraba a llevar puesta la madre cuando le daba el biberón al niño. Se la puso encima e inmediatamente, el pequeño empezó a comer. Había reconocido a su madre por el olor y se sentía seguro.
A lo largo de la historia hemos menospreciado al sentido del olfato. Grandes pensadores como Descartes o Kant, al dar prioridad al raciocinio, descuidaron sentidos por carecer de importancia para ellos y así ha sido hasta que estudios recientes han vuelto a darle el valor a un sentido como el olfato. (en posts posteriores podremos ver qué ocurre en nuestro cerebro cuando olemos y la estrecha relación que existe con nuestra área emocional del mismo, el sistema límbico).
A lo largo de la historia, nuestra tolerancia a los malos olores ha variado. Cada cultura y cada época concibe los olores de forma distinta.
Para nosotros, donde priva el olor neutro, oler las estrechas calles de una ciudad medieval sería nauseabundo. O tal vez nos molestarían los olores orientales que podían reinar en los palacios árabes por notarlos demasiado fuertes y potentes. Nuestra cultura mediterránea no lleva a apreciar más los olores cítricos o florales, más frescos.
Según dice el antropólogo David Le Breton, el olor corporal nos individualiza como las huellas digitales. Cada persona tiene un olor único, un pasaporte odorífero en el que influyen no solo lo que comemos, nuestros hábitos higiénicos sino también nuestra genética.
El número exacto de olores que los seres humanos podemos detectar está en constante discusión. En 1927, un estudio decía que podíamos registrar unos diez mil, pero investigaciones recientes indican podríamos detectar más de un billón de moléculas olorosas diferentes. Tal vez para los ciudadanos de a pie nos resulta imposible llegar a identificar incluso cientos de aromas pero para los “nariz”, grandes profesionales de la industria perfumística, conforma su trabajo diario.
¿Y para ti, que comporta un olor? ¿A dónde te transporta?
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